El arte de incendiarse sin testigos: Desde Canadá, el músico peruano Mauricio Rosadio presenta ‘LANGARA’
No hay escenografía que amortigüe una herida cuando el idioma ajeno no tiene forma de consolarte. Mauricio Rosadio se desplomó en cámara lenta, a solas, a miles de kilómetros de donde alguna vez se sintió a salvo. ‘Langara’ —nombre de la localidad canadiense donde vivió mientras su mundo personal implosionaba— encierra ese momento preciso donde los días se deforman y uno apenas respira. Más que canciones, lo que aquí queda son cicatrices grabadas en cinta. Y no hay forma de edulcorarlo: el dolor es real, constante, estructural. Este álbum no fue escrito desde la calma, sino desde el derrumbe.
El EP funciona como una cronología emocional, un archivo de cinco escenas que capturan con brutal honestidad el naufragio de una relación y la trastienda del desarraigo. Todo suena como si se estuviera grabando desde una habitación sin ventanas. La producción, afilada y cruda, no intenta maquillar lo que no tiene arreglo. Ahí está “Langara”, la canción, rumiando los recuerdos más filosos sin metáforas; o “Podrás llamar?”, donde la pregunta es menos un ruego y más un reflejo: cuando el silencio contesta, ¿quién queda al otro lado?
Rosadio no se limita a hablar de amor roto. Está contando una tragedia íntima que ocurre en medio del choque cultural, de la extrañeza de un nuevo idioma, de un clima que no perdona y de una rutina que se rehace a la fuerza. La música —con sus capas de guitarras secas, sus pausas incómodas, su voz quebrada que por momentos apenas susurra— no se despliega para embellecer el discurso: está ahí para resistir. Para documentar. La urgencia de quien compuso y produjo esto en 21 días es palpable: no hubo tiempo de arreglos innecesarios, solo una necesidad brutal de contar.
Y en ese contar, Rosadio dibuja una topografía del duelo que no busca lecciones ni redenciones. “Lo sé, te usé” cierra el ciclo sin gloria, pero con algo más importante: una voz que no se esconde. Un eco que se asume culpable y herido, pero sigue hablando. Lo más honesto de este disco no está en lo que dice, sino en lo que calla. Y ahí, en ese hueco, cualquier persona que alguna vez amó sin retorno puede reconocerse.
Quizás ese sea el secreto de ‘Langara’: no intenta curar nada, no maquilla cicatrices. Solo abre la puerta de un cuarto ajeno donde todo duele y nadie está mirando. El que entra, decide si también se sienta a llorar o simplemente escucha hasta el final.
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