
Escuchar Me Quiero Ir de Ti es como abrir un cuaderno viejo lleno de frases que no sabías que necesitabas volver a leer. Desde los primeros acordes, el disco de Victormanuel no se impone, no grita, no busca impresionar: simplemente entra, se acomoda y te acompaña. Como una conversación a media voz durante un viaje largo.
La primera canción —la que da título al álbum— ya marca el tono: una despedida que no nace del enojo ni de la ausencia de amor, sino de una comprensión profunda de uno mismo. Es ahí donde empieza este viaje, con una frase que duele pero libera: “irme es una forma de amarme”.
A lo largo del disco, las canciones no solo cuentan historias, sino que abren espacios para respirar, para pensar en tus propios recuerdos, en las personas que pasaron por tu vida y dejaron algo. “La belleza de tu cuerpo” no es solo una canción de deseo; es también una fotografía emocional de un momento que se quiso eterno. “Ayelet” funciona como un símbolo: un nombre que puede ser cualquiera, pero que representa eso que alguien te hizo sentir y no se olvida.
Hay una sensibilidad en los arreglos que te hace confiar. Nada está de más. Cada instrumento, cada pausa, cada inflexión de la voz parece colocada ahí no para brillar, sino para acompañar lo que se está diciendo. Y eso se siente. Como en “Viento”, donde la geografía del desierto se convierte en emoción: seca, extensa, hermosa en su soledad.
La producción, dirigida por Nelson Castillo, logra que el álbum suene cercano, casi como si Victormanuel estuviera tocando frente a ti, con el corazón a la vista. No hay artificios. Solo verdad.
Me Quiero Ir de Ti no es un disco para escuchar una sola vez. Es de esos que regresan cuando el silencio pesa, cuando el cuerpo quiere entender lo que el corazón aún no puede nombrar. Es un disco que no da respuestas, pero te hace las preguntas correctas.